- ¿Quién teme a la sostenibilidad? ¿Quién teme a la participación de una sociedad civil informada, en la vida política local y global? ¿Quién teme a los Convenios Internacionales? ¿Quién respeta a las asambleas participativas de la ciudadanía? ¿Quién confía en la sostenibilidad? Entonces ¿Qué querrá significar la palabra “democracia”?
- La reciente cumbre de Copenhage (un auténtico Kyoto+17 pero ya, definitivamente, sin tiempo para reaccionar) ha sido un fiasco absoluto. Un fracaso no sólo, ni especialmente, porque no se hayan alcanzado los acuerdos de mínimos que permitirían tener cierta confianza, o esperanza, en el futuro. Los mercaderes saben bien que siempre se está a tiempo para ultimar un buen negocio y si hay negocio, que lo hay, estos acuerdos llegarán. Seguramente tarde pero llegarán.
- Basta leer el suplemento de negocios de El País de esta semana para percibir que la “sostenibilidad” ocupa, definitivamente, un puesto preferencial en las páginas salmón. Son artículos de Josu Jon Imaz, presidente de Petronor: “¿Por qué tememos a la sostenibilidad?”; Jean Pierre Laurent, presidente de Renault España: “El coche eléctrico va a cambiar el modelo de negocio”; George Soros, presidente de la Soros Fund Management y del Open Society Institute: “Financiación frente al cambio climático” o los artículos de análisis de los periodistas Carlos Gómez: “Viento en popa en Iberdrola renovables” o Fernando Barciela: “España se relaja en eólica marina”
- De estas lecturas se desprende que la “sostenibilidad” ya se maneja como moneda de cambio posible ante un cambio de paradigma inevitable. El problema no parece ser ya la desconfianza en la “productividad” de las energías renovables o la financiación necesaria para la transformación de las industrias contaminantes en otras menos agresivas con el Medio Ambiente. Tampoco la necesidad de innovación que demanda este nuevo modelo de desarrollo "en el llano"* debe ser motivo de reticencias o temores, como apunta Imaz, pues España cuenta con unas empresas innovadoras punteras en el mercado mundial.
- No, no es esto lo más preocupante de lo ocurrido en Dinamarca en estas dos semanas. A la sostenibilidad no le teme ya ni la economía que ha decidido ser su principal abanderada. El invitado incómodo vuelve a ser “la gente”, la misma gente que puso sobre la mesa en los años ´70 estos problemas. Esa “gente” que hizo que la Cumbre de Río fuese una fiesta.
- El fracaso real ha quedado patente en las calles, y en las cárceles, de la muy civilizada y ordenada capital danesa. Esta Cumbre del Clima será recordada, sin duda, por la total ausencia de la sociedad civil en sus sesiones plenarias, sociedad civil perfectamente organizada, identificada, acreditada desde hace meses y bien documentada sobre los asuntos a tratar. Las cifras son sonrojantes, de las cerca de 21.000 acreditaciones gestionadas sólo 300 han contado con la preciada tarjeta amarilla que identificaba a las personas “autorizadas” a acceder al Bella Center. Copenhage 2009 ha significado la exclusión de la sociedad civil en la observancia de las decisiones que deberían garantizar la habitabilidad de la Tierra.
- El Convenio de Aarhus, firmado en Dinamarca el 25 de junio de 1998 por veinte países y ratificado por España el 29 de diciembre de 2004, trata sobre el acceso a la información, la participación del público en la toma de decisiones y el acceso a las justicia en asuntos ambientales. En su exposición de motivos reconocía que toda persona tiene el derecho a vivir en un medio ambiente que le permita garantizar su salud y su bienestar, y el deber, tanto individualmente como en asociación con otros, de proteger y mejorar el medio ambiente en interés de las generaciones presentes y futuras; Consideraba que para poder estar en condiciones de hacer valer este derecho y cumplir con ese deber, la ciudadanía debe tener acceso a la información, estar facultada para participar en la toma de decisiones y tener acceso a la justicia en asuntos ambientales y, más, que en la esfera del medio ambiente, un mejor acceso a la información y una mayor participación del público en la toma de decisiones permiten tomar mejores decisiones y aplicarlas más eficazmente, contribuyen a sensibilizar al público respecto de los problemas ambientales, le dan la posibilidad de expresar sus preocupaciones y ayudan a las autoridades públicas a tenerlas debidamente en cuenta.
- Quienes ejercemos una ciudadanía responsable no “creemos” tener derechos; la ciudadanía local, estatal, europea y global tenemos, de hecho, derechos. Uno de ellos es este, tenemos derecho a ser informados, a participar en los procesos de desarrollo de un proyecto que afecte a nuestro Medio Ambiente, ¿y puede alguien imaginar un proyecto más global, más universal que el calentamiento de la Tierra?, tenemos derecho a opinar y a ser escuchados.
- El paternalismo que ejerce la clase política, local o mundial, afecta gravemente a la Democracia participativa que preconizamos y queremos para nuestras ciudades. Dado que el derecho nos ampara demandamos unas reglas de diálogo claras, un reconocimiento de la representatividad de la sociedad civil. Exigimos más espacios de información transparente que nos permitan incidir en la toma de decisiones, queremos discutir y acordar, también nosotras, también nosotros. La política no es cuestión, sólo, de los políticos. La ciudadanía, y con ella la democracia, será Política o no será.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
¿Quién teme a la sociedad civil?
lunes, 7 de diciembre de 2009
de blog en blog_sobre la belleza y el gusto
Expresar y escuchar juicios en torno a lo “bello” y lo “feo” forma parte de nuestra experiencia cotidiana. Sin embargo, cuando nos preguntamos sobre su exacto significado caemos en la cuenta de lo difícil y complicado que es escapar a la comprometida conclusión de que apenas tenemos una intuición pobre, vaga y difícilmente articulable sobre tales conceptos a pesar de haber sido uno de los problemas fundamentales de la Filosofía a lo largo de toda su larga vida.
De hecho, Bárbara Artetxe y yo mantuvimos más de una hora de conversación en el chat de Facebook sobre esta entrada del blog que propone el profesor Cejudo sin que lográsemos “acordar” una sola solución a la cuestión planteada. Estoy segura de que Bárbara y yo no buscábamos exponer nuestras certezas o encontrar certezas en el argumento contrario, sino que éstas se re-posicionaban, como en un baile de posibilidades, con cada punto de vista aportado en uno y otro sentido. En esto consiste para mi la esencia de la filosofía: una conversación, un diálogo continuo en el que se precisan grandes dosis de humildad, honestidad y conciencia de los límites de nuestro conocimiento para poder seguir adelante en el planteamiento y solución de los problemas.
¿Podemos admitir como válido el reduccionismo que supone atribuir condición de “bello” o “feo” a aquello que guste o no guste a cada uno en particular? Por importante que sea tener en cuenta los aspectos subjetivos del juicio hemos de considerar también que para que esos “juicios” tengan lugar ha de haber ocurrido antes algo en nuestra mente que los haga aflorar. Nuestros juicios “subjetivos” han sido de algún modo aleccionados por una cultura “objetiva” que nos ha precedido, nos afecta diariamente y de la que únicamente podremos “liberarnos”, si de verdad pretendemos realizar juicios subjetivos, es decir, propios de nuestra individualidad, mediante el ejercicio constante de la lectura, la comparación y la argumentación en uno y otro sentido. Es decir, ejercitando una cultura de la conversación que mantenga nuestra mente activa. Atreviéndonos a pensar, más allá de opinar.
Mi propuesta a esta entrada es, por tanto, que nos comprometamos a emprender una exploración más allá de nuestros prejuicios. Como propone Remo Bodei (La forma de lo bello, Visor, 1998, p.14): Es fundamental adoptar dos disposiciones de partida diferentes. La primera consiste en rechazar la ilusión de que haya definiciones previas de la belleza y la fealdad, simples y unívocas, formas detenidas; monolitos de cristal perfectamente tallados, y al margen del tiempo; cánones absolutos, que se impondrían automáticamente y perentoriamente a la percepción y el gusto. Todo lo contrario, se trata de nociones complejas y estratificadas, pertenecientes a registros simbólicos y culturales no del todo homogéneos; reflejo grandioso de dramas y deseos que han conmovido a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos. La segunda actitud consistirá, por otra parte, en constatar la imposibilidad de aproximación a estos conceptos cuya utilización no podemos evitar y con los que creemos decir algo. Si las “cosas bellas son difíciles”, como advierte un proverbio, también es verdad que las más que milenarias investigaciones de los filósofos y las múltiples reflexiones de los artistas han forjado instrumentos de análisis insustituibles, que ayudan a enfocar y hacer explícitas nuestras intenciones.
lunes, 30 de noviembre de 2009
noche en Teherán
domingo, 8 de noviembre de 2009
paisajes críticos, paraísos urbanos
1. En principio, desde tu punto de vista, ¿cuáles son las principales dificultades para integrar la arquitectura contemporánea en los cascos históricos?
Pienso que es esencial el modo en que acometemos y/o resolvemos la comunicación con los espacios y con quienes los habitan. La capacidad comunicativa del paisaje urbano está fuertemente relacionada con la capacidad del emisor, quien diseña, y del receptor, quien mira, observa, pasea, vive… Esta posibilidad de comprender nuestros paisajes urbanos siempre estará en función de nuestra atención y nuestra atención depende en gran parte de la velocidad que imprimimos a nuestra vida cotidiana y a nuestro trabajo. Cuando ponemos “velocidad” sobre la mesa suelen aparecer también otras palabras: simplificación, homogenización, previsibilidad, banalización… La importancia del diseño en los paisajes urbanos tiene que ver con nuestra cultura de comunicación. Si consideramos que la cultura es una renuncia a las soluciones veloces y rudimentarias podríamos considerar que nuestra “cultura de comunicación” tiene mucho que ver con nuestra capacidad de entrelazar y enlazar mundos, una visión amplia que nos permite trascender las soluciones “ingeniosas” para llegar a las soluciones “bellas y útiles”.
2. ¿Cree que Córdoba se ha quedado atrasada con respecto a otras ciudades en
la apuesta por la vanguardia?
Creo que Córdoba apuesta por el diálogo, por la puesta en valor de lo patrimonial con lo contemporáneo considerándolo todo como un hecho sincrónico, todo es ahora histórico y contemporáneo y será pasado mañana mismo. Me gusta pensar en Córdoba como una ciudad que respira hondo antes de tomar una decisión, de elegir un camino; sin embargo, a veces parece que le cuesta reaccionar, que todos los cauces van lentos, que las actuaciones no fluyen… En cualquier caso prefiero la lentitud a las decisiones atropelladas, quiero pensar que Córdoba contiene el aliento para dar un gran salto hacia la excelencia cultural. Una excelencia que, por supuesto, tiene mucho que ver con la ciudad, con su arquitectura, su paisaje y su ciudadanía.
3. ¿Cuál es el principal reto de este tipo de intervenciones: que se
integren en los paisajes urbanos sin molestar o que sea aceptada por los
ciudadanos?
El paisaje urbano es sistema orgánico complejo. Esto significa que está conformado por múltiples relaciones raramente comprensibles en un primer golpe de vista. Una actuación que aspire a ser reconocida y valorada no puede abordar el espacio como si se tratase de un lienzo en blanco. Complejo quiere decir que precisa de cierta dosis de responsabilidad y respeto hacia el lugar a tratar y, esencialmente, hacia las personas que harán uso de ese espacio. Tiene mucho que ver con la escala y con el primer punto, esto es, nuestra capacidad como diseñadores, como pensadores, para la comunicación. El paisaje urbano no admite aislar o inventariar uno y cada uno de sus valores de forma aislada y estática sino que han de contemplarse necesariamente como fragmentos de un sistema complejo que posibilita su integración real en la vida cotidiana de las gentes con quienes comparte escenografía. La transformación y disfrute de los espacios públicos de la ciudad puede programarse siguiendo tácticas más o menos contrastadas pero finalmente serán personas quienes doten de significado, culturizándolo, a todo lo construido, reconstruido, restaurado y/o rehabilitado en la ciudad. El diseño en el espacio de urbano, podríamos llamarlo “paisajismo urbano”, precisa de una capacidad para mirar alrededor, una capacidad de asombrarse no sólo ante lo nuevo sino ante lo que posee ese valor intangible de belleza inalterada, de equilibrio, de armonía. Hablamos quizá de sentido común. Caminar la ciudad, detenernos en las esquinas, descubrir por qué los bancos de un parque tienen muchísimo más éxito de público que otros, comprender qué significan los juegos infantiles para sus usuarios finales, las sombras, el mobiliario urbano, qué le pedimos a esos muebles cuando los miramos desde el lado del espejo de quien los usa. De nuevo la capacidad de comunicación y la velocidad.
reformas o proyectos más aberrantes que se hayan cometido en la ciudad.
lunes, 31 de agosto de 2009
el jardín en el muro
Una noche de confidencias[1], hace apenas un mes, una amiga me contó la historia del jardín en el muro. En aquel momento pensé que, al menos para ella, era una historia verdadera y posible: el jardín en el muro es un jardín real y un jardín soñado. Significa una realidad inmortal a través de un muro también real. Ya no me cabe la menor duda.
- Dentro-dijo-había una parra virgen de color carmesí, de un carmesí intenso y uniforme, que cubría un muro blanco bajo el reflejo ambarino del sol. Había algo en el aire que llenaba de gozo, era una sensación de levedad, de paz y bienestar; había algo en su apariencia que hacía los colores limpios, perfectos, y que les confería una sutil luminosidad. Al entrar se sentía una alegría exquisita, una alegría que sólo se siente en raras ocasiones. Allí todo era hermoso…
El jardín como forma de felicidad. El jardín como un lugar delicioso al que poder acudir en los intervalos de una extenuante carrera cotidiana. Un jardín que nos procure momentos para aferrarse al mundo. Momentos para aferrarse a la fantasía de lo posible.
[1] Sigo la historia de Wells, H.G. (1988) La puerta en el muro, Madrid, Siruela, p.p. 15-46