sábado, 31 de marzo de 2018

Libri fulgurales: el laberinto junto al mar.


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Mantiene Zbigniew Herbert en uno de sus hipnóticos pequeños ensayos sobre un viaje por Grecia[1] que los etruscos fueron “una de las naciones más religiosas de la Antigüedad” (212). Su teología estaba fundamentada, a diferencia de las posteriores religiones griega y romana, en una revelación: el dios Tages emergió con forma humana en los surcos de un labrador llamado Tarconte, a la postre el fundador de la misma Tarquinia, y comenzó a impartir sus enseñanzas entre lo que conformaría posteriormente el pueblo etrusco. A partir de entonces, las relaciones entre humanos y dioses se basarían en la interpretación de señales: “la tarea de los sacerdotes era descifrar los destinos de las personas y de la nación.” (213) 

Para ello contaban con tres libros sagrados: los libri haruspicini, que trataban sobre la “interpretación” de las entrañas de animales, especialmente el hígado; los libri rituales, un conjunto de reglas básicas de convivencia, con instrucciones precisas sobre cómo fundar ciudades, levantar templos, o incluso sobre cómo interpretar sueños y milagros; y, finalmente, aquellos que me han fascinado y por los que escribo esta nota, los libri fulgurales. A partir de un mapa del cielo dividido en dieciséis partes, los sacerdotes debían interpretan con sutilidad las señales que los dioses les enviaban mediante rayos: un “rayo de aviso” podía ser enviado por Tinia—equivalente al Júpiter romano— por voluntad propia, pero a partir de ahí, un rayo “peligroso” debía contar con el consentimiento de los doce dioses que lo asistían. Finalmente, un “fuego celeste” destructivo podía ser enviado a la Tierra sólo si estaban de acuerdo “todos los dioses llamados superiores.” (214) 

Para Herbert, el azaroso elenco de dioses que conforman lo poco que conocemos de la mitología etrusca podría sugerir que “la religión de los etruscos se basaba en una alegre aceptación del mundo, mientras que no hubo otra nación antigua, tal vez a excepción de la egipcia, que viviese más absorta en las tinieblas del más allá.” (215)

Aceptar el mundo, interpretar las señales que la vida te envía, a través de los libros. Mis libri fulgurales son los libros que han sacudido mi conciencia, que la han moldeado, que la han entrenado, que le han facilitado experiencias y emociones. Siempre me han gustado los ciclos en los que se invita a expresar por medio de libros una línea cronológica de vida-vida. El laberinto junto al mar de Herbert, me ha alumbrado en estos días y pasa a ocupar un lugar destacado entre mis libri fulgurales. Una serie que comienzo aquí.



[1] Herbert, Z. (2013). Sobre los etruscos. En El laberinto junto al mar. Barcelona: Acantilado. Pp. 203-228.

martes, 20 de marzo de 2018

Cambridge Analytica Files: quién es quién.



Como el caso denunciado por Snowden en 2013 sobre la vigilancia masiva realizada sistemáticamente por el gobierno de Estados Unidos sobre sus propios ciudadanos, los Cambridge Analytica Files son un ejemplo más de hasta qué punto el desarrollo vertiginoso de nuevas formas de recopilar, almacenar y procesar datos afecta, y mucho, al futuro de las democracias.

En mayo de 2017, la periodista de The Guardian, Carole Cadwalladr (@carolecadwalla),  firmó un artículo de investigación que tituló explícitamente El gran robo británico del brexit: cómo se secuestró nuestra democracia”. En él revelaba las conexiones entre los resultados del referéndum sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, Trump y Rusia. Christopher Wylie (@chrisinsilico), científico de datos y empleado de Cambridge Analytica hasta 2016, fue quien le permitió articular en evidencias muchas de las hipótesis de su equipo de investigación. 

Wylie no ha dejado de trabajar junto a Cadwalladr en este último año, los resultados los hemos conocido gracias a sucesivos artículos publicados en The Guardian a partir del sábado 17 de marzo de 2018. Wylie es por tanto quien ha dado la voz de alarma en ambos casos, que ahora sabemos están íntimamente conectados. Un whistleblower, alguien que hace saltar las alarmas desde dentro del sistema al que denuncia, que comenzó a trabajar con apenas 24 años para Steve Bannon, entonces director ejecutivo de la agencia de noticias de la (ultra) derecha alternativa estadounidense, "alt-right" Breitbart y que llegaría a ser asesor de campaña de Trump, tras intentarlo previamente con el senador Ted Cruz. Sobre Bannon hemos sabido en Europa en las últimas semanas porque se ha dejado ver junto a Marine Le Pen y otros líderes alemanes e italianos de extrema derecha, apoyándoles en sus congresos o campañas.

Bannon tenía a Wylie y además contaba con el apoyo financiero de Robert Mercer, un científico de datos que comenzó su carrera en IBM y actualmente es uno de los multimillonarios que más dinero ha donado, junto a uno de los cofundadores de Pay Pal, a la campaña de Trump. Al otro lado del Atlántico, SCL, una empresa de “comunicaciones estratégicas” creó una división específica para procesos electorales en 2007. Al frente se situó Alexander Nix. Él mismo afirma haber trabajado en 260 campañas a nivel mundial: Nigeria, Kenia, República Checa, India o Argentina. Cuando finalmente se encuentran Bannon y Nix, el objetivo pasó a ser bastante más ambicioso, apuntando al corazón mismo de las democracias occidentales: las elecciones estadounidenses (luego llegaría el referéndum sobre el Brexit). Willye les expuso la idea sobre cómo toda la experiencia adquirida por Nix, podría verse multiplicada con el uso de datos sensibles del electorado. Necesitaban dos cosas: dinero y datos, muchos datos.

De lo primero se encargó Mercer. Crearon una nueva empresa, Cambridge Analytica, ubicaron sus oficinas en el corazón de la ciudad universitaria de la que toman el nombre y Alexander Nix asumió el papel de CEO. Al equipo se unió también Rebekah Mercer, matemática por Stanford, que se ha dedicado, sin embargo, a cuidar las donaciones-inversiones de la fundación de la empresa familiar a partidos ultraderechistas. Hasta aquí, los actores habituales de cualquier forma de escándalo político.

Para lograr la máxima efectividad de los algoritmos de Wylie necesitaban muchos más datos de los que jamás se lograrán obtener a través de las encuestas con las que han trabajado los partidos políticos hasta ahora. Entonces encontraron a Aleksandr Kogan, de origen ruso, aunque ciudadano estadounidense desde los 7 años. Kogan estudió en la universidad de California, Berkeley, y obtuvo su doctorado en la Universidad de Hong Kong. Llegó a la universidad Cambridge como profesor de psicología y experto en psicometría de redes sociales. Y así sigue figurando en Google Scholar, la división académica del buscador.

Habituado a trabajar con los datos suministrados por las redes sociales para realizar investigaciones científicas, no le fue difícil conseguir incorporar a Facebook la app, diseñada por él mismo, ThisIsYourDigitalLife y gestionada a través de su empresa Global Science Research (GSR), creada específicamente para poder colaborar con Cambridge Analytica desde el mismo campus de Cambridge. Miles de usuarios de Facebook obtuvieron una compensación económica por realizar esta “prueba de personalidad”, aceptando que los datos recopilados fuesen empleados para un uso académico.  Sin embargo, la aplicación también recopiló la información de los amigos de Facebook de los candidatos, lo que llevó a la acumulación de datos de decenas de millones de personas, cerca de cincuenta millones de perfiles fueron utilizados para entrenar los algoritmos sociales ideados por Wylie. Esto permitió realizar una selección sistemática de votantes en las elecciones presidenciales de EE. UU. (microtargetting) quienes recibieron de forma personalizada noticias falsas, noticias tergiversadas, noticias sobre aquello que ellos querían escuchar y que reforzaban sus filias, sus miedos y sus fobias. Una auténtica “guerra de información psicológica”. 

Como mantiene el mismo Wylie: “Tenemos aquí ejemplos de lo que podríamos denominar experimentos groseramente no éticos. Se ha jugado con la psicología de un país entero, sin su consentimiento y acuerdo, y lo que es más grave, se ha jugado con su psicología en el contexto de un proceso democrático. (…) Es incorrecto considerar Cambridge Analytica una compañía científica. Es un servicio completo, y muy efectivo, de propaganda mecanizada.”

Mis conclusiones apuntan a uno de los problemas más graves que deben confrontar actualmente las democracias, si pretendemos que sobrevivan: evitar que la inteligencia artificial, o los métodos empleados para gestionar los datos masivos, Big data, se erijan como herramientas para erosionar y degradar los sistemas públicos de organización social. La caja de Pandora está abierta, y la pelota en el tejado de los gobiernos. Es hora de que demuestren si su principal objetivo es ganar elecciones o conservar los valores democráticos para las generaciones futuras.