domingo, 23 de noviembre de 2008

cuerpo_paisaje_vida/ ecofeminismo y ciudad

La Huella Ecológica de la Humanidad muestra cuánto utilizan las personas la capacidad productiva de la biosfera. La huella se expresa como el número de planetas Tierra necesarios para satisfacer el consumo. Nos indica que aunque se adoptasen las medidas más estrictas para detener el cambio climático no recuperaríamos el sentido común de utilizar una sola Tierra hasta el año 2040. Este umbral fue superado en los primeros años 80, con el inicio de la era Reagan y del establecimiento de las bases de un liberalismo salvaje que se afianzaría en los 90 para finalmente romperse por dentro el pasado 2007. Un sistema natural es eficiente y complejo, precisa mucho tiempo para establecerse y alcanzar el equilibrio. Recomponer los platos rotos en estos 20 años precisará 60 años en el mejor de los casos y 100 años en el caso de que se optase por una transición lenta. Los recursos básicos de nuestro planeta son limitados y, si se sigue una filosofía de crecimiento ilimitado de bienes y servicios y, por consiguiente, de beneficios económicos, se rebasarán forzosamente los límites ecológicos del planeta. La consecuencia más global de ese “pasar el límite” es el cambio climático. Estas palabras, recogidas en The Limits to Growth y por el Informe Global2000, ambos en 1972, no parecen decir nada nuevo. Sabemos esto y lo tenemos asumido como cierto. Sin embargo nos resistimos a traducir nuestros descubrimientos en hechos. Otro modo de plantearlo sería ¿Cuántas evidencias hacen falta para que una anécdota se convierta en realidad? Ni siquiera la estrategia del (mal) llamado desarrollo sostenible pone en duda el paradigma de crecimiento permanente. Pude escuchar al politólogo Sami Naïr hace unas semanas en Córdoba. Se mostró discretamente optimista ante la crisis económica en el sentido que confiaba en que la victoria de Barack Obama, y su equipo de imaginativos economistas, permitiría desprenderse de los modelos fracasados y reconducir el orden social hacia un nuevo contrato social. Me contagió su optimismo, del mismo modo que lo hizo Vandana Shiva en sus declaraciones a El País el pasado lunes: Hemos vivido demasiado tiempo en un mundo fragmentado. Sin embargo en este mismo diario pudimos leer en el suplemento Negocios un artículo de uno de estos imaginativos economistas que con el contundente título Vamos a necesitar un barco más grande instaba al nuevo presidente a tener capacidad, amplitud de miras y la valentía necesarias para que nos unamos como nación e inspirarnos y darnos los medios para hacer la única cosa que podemos y debemos hacer ahora mismo: ir de compras. El uso de las calles queda determinado pues por las más altas instancias de la economía mundial. No hay ninguna ingenuidad en este llamamiento. Las similitudes que señala Yayo Herrero entre huella ecológica, entendida como impacto de los estilos de vida sobre los bienes de la tierra y huella civilizatoria como indicador que evidencia el desigual impacto que tiene la división sexual del trabajo sobre la sostenibilidad y sobre la calidad de vida humanas nos serán muy útiles al analizar, diagnosticar y evaluar el modo de construir y vivir la ciudad por mujeres y hombres. El balance para el colectivo masculino será, en términos generales, negativo pues consume más energías amorosas y cuidadoras para sostener su modo de vida que las que aporta. No hay duda, las mujeres nos implicamos mientras que ellos apenas participan. No les hablaré pues de los problemas de las mujeres en las ciudades sino del modo en que éstas, las múltiples ciudades que habitamos, nos interpelan en nuestra vivencia cotidiana. Cómo la ciudad nos exige sentir, percibir, hacernos preguntas y buscar respuestas. A nosotras, como mujeres primero y desde nuestra experiencia, personal y profesional, después. Nuestra experiencia entretejida y poliédrica, construida como un palimpsesto, puesto que todo influye sobre todo y cada segundo se nos va adhiriendo a la piel como bagaje profesional y personal, público y privado, conforma nuestra sabiduría más allá de nuestro conocimiento académico. Quisiera leerles esta palabras del Colectivo del libro de la salud de las mujeres de Boston, son palabras de 1969. Volvernos más conscientes de nuestros cuerpos será un proceso lento. Pero flota a nuestro alrededor una confianza creciente en nuestra capacidad para el cambio y una conciencia creciente de sensaciones nuevas. ¡Es fantástico saber que estamos llegando a sentir nuestros cuerpos como parte de nosotras mismas! Nuestra primera propuesta de acción ante el cambio climático es que técnicos y políticos responsables del planeamiento y ordenación de las ciudades seamos conscientes de nuestro trabajo y así nos podamos escuchar algún día: Volvernos más conscientes de nuestro entorno urbano y natural será un proceso lento. Pero flota a nuestro alrededor una confianza creciente en nuestra capacidad para el cambio y una conciencia creciente de sensaciones nuevas. ¡Es fantástico saber que estamos llegando a sentir nuestra ciudad como parte de nosotras mismas! Cuando el desarrollo de cualquier actividad humana se acomete desde la conciencia y/o experiencia de la propia vida, la belleza, la política, la gestión, la academia dejan de ser asépticas. Hago pues un llamamiento a dejar de ser asépticos, neutros, en el ejercicio de nuestra profesión. Desde aquí, pues, un llamamiento a la ACCIÓN.