lunes, 31 de agosto de 2009

el jardín en el muro

Una noche de confidencias[1], hace apenas un mes, una amiga me contó la historia del jardín en el muro. En aquel momento pensé que, al menos para ella, era una historia verdadera y posible: el jardín en el muro es un jardín real y un jardín soñado. Significa una realidad inmortal a través de un muro también real. Ya no me cabe la menor duda.

- Dentro-dijo-había una parra virgen de color carmesí, de un carmesí intenso y uniforme, que cubría un muro blanco bajo el reflejo ambarino del sol. Había algo en el aire que llenaba de gozo, era una sensación de levedad, de paz y bienestar; había algo en su apariencia que hacía los colores limpios, perfectos, y que les confería una sutil luminosidad. Al entrar se sentía una alegría exquisita, una alegría que sólo se siente en raras ocasiones. Allí todo era hermoso…

El jardín como forma de felicidad. El jardín como un lugar delicioso al que poder acudir en los intervalos de una extenuante carrera cotidiana. Un jardín que nos procure momentos para aferrarse al mundo. Momentos para aferrarse a la fantasía de lo posible.


[1] Sigo la historia de Wells, H.G. (1988) La puerta en el muro, Madrid, Siruela, p.p. 15-46

La imagen está tomada del cuento de Mandana Sadat, El Jardín de Babai, de Mandana Sadat. Kókinos (2004)