Yo también
fui turista una vez en Córdoba. Durante tres años seguidos, 95-98, asistí con
una mirada sorprendida y muy interesada en los detalles, al festival de los
patios. De aquellas visitas conservo una importante colección de diapositivas,
y una impronta en la forma de valorar los paisajes urbanos que me acompañó
después en los ocho años de ejercicio profesional junto al paisajista Luis
Vallejo.
En estos
días de reconocimiento de los patios, al ser aceptada al fin la candidatura del
festival en la Lista para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la
UNESCO, he rastreado en mi memoria qué fue lo que más me impresionó en
aquellos viajes iniciáticos por la ciudad, planito en mano, en busca de un
recóndito paraíso.
En primer
lugar la emoción de descubrir, en el paseo, una sucesión de espacios en la
ciudad con una escala en armonía con la dimensión de sus edificios y de sus
calles. La “educación del ojo” que dicen una buena amiga romana, sólo es
posible si creces en una ciudad en la que la armonía está escrita en cada
piedra.
También la
capacidad para sorprender y no agotar, de la repetición casi invariable de la
misma colección de elementos presentes en cada patio, muros encalados, macetas
pintadas y flores rojas y blancas. Así lo tengo grabado en la memoria. Esta
capacidad es muy importante, especialmente si consideramos que vivimos en una
sociedad que se “actualiza” casi al minuto a través de las redes sociales. Los
patios son siempre iguales a sí mismos, a su esencia, pero también siempre
distintos. Este valor diferencial se lo aportan sus elementos vegetales, los
grandes olvidados en los trabajos de catalogación de tipologías que se han
realizado hasta la fecha.
Finalmente,
el saber hacer de sus gentes. El estilo, la gracia, la capacidad para ordenar
de un modo elegante tal cantidad de macetas y elementos, muchas veces en
espacios con una escala mínima. Este “know how” que tanto se valora en las
empresas de última generación, debería ser, en mi modesta opinión el eje
fundamental de las propuestas que se aborden de ahora en adelante para la
gestión sostenible de los patios. Si no queremos incurrir en la tentadora y
cómoda sucesión de “decorados”, la gente deberá estar en el centro de toda
política de gestión. Porque sin gente sabia en el “saber hacer” no habría
habido, ni habrá, patios.