Mantiene Zbigniew Herbert en uno
de sus hipnóticos pequeños ensayos sobre un viaje por Grecia[1]
que los etruscos fueron “una de las naciones más religiosas de la Antigüedad”
(212). Su teología estaba fundamentada, a diferencia de las posteriores
religiones griega y romana, en una revelación: el dios Tages emergió con forma
humana en los surcos de un labrador llamado Tarconte, a la postre el fundador
de la misma Tarquinia, y comenzó a impartir sus enseñanzas entre lo que
conformaría posteriormente el pueblo etrusco. A partir de entonces, las
relaciones entre humanos y dioses se basarían en la interpretación de señales: “la
tarea de los sacerdotes era descifrar los destinos de las personas y de la
nación.” (213)
Para ello contaban con tres libros sagrados: los libri haruspicini, que trataban sobre la
“interpretación” de las entrañas de animales, especialmente el hígado; los libri rituales, un conjunto de reglas
básicas de convivencia, con instrucciones precisas sobre cómo fundar ciudades, levantar
templos, o incluso sobre cómo interpretar sueños y milagros; y, finalmente,
aquellos que me han fascinado y por los que escribo esta nota, los libri
fulgurales. A partir de un mapa del cielo dividido en dieciséis partes,
los sacerdotes debían interpretan con sutilidad las señales que los dioses les
enviaban mediante rayos: un “rayo de aviso” podía ser enviado por Tinia—equivalente
al Júpiter romano— por voluntad propia, pero a partir de ahí, un rayo “peligroso”
debía contar con el consentimiento de los doce dioses que lo asistían.
Finalmente, un “fuego celeste” destructivo podía ser enviado a la Tierra sólo
si estaban de acuerdo “todos los dioses llamados superiores.” (214)
Para
Herbert, el azaroso elenco de dioses que conforman lo poco que conocemos de la
mitología etrusca podría sugerir que “la religión de los etruscos se basaba en
una alegre aceptación del mundo, mientras que no hubo otra nación antigua, tal
vez a excepción de la egipcia, que viviese más absorta en las tinieblas del más
allá.” (215)
Aceptar el mundo, interpretar las
señales que la vida te envía, a través de los libros. Mis libri fulgurales son los libros que han sacudido mi conciencia, que
la han moldeado, que la han entrenado, que le han facilitado experiencias y
emociones. Siempre me han gustado los ciclos en los que se invita a expresar
por medio de libros una línea cronológica de vida-vida. El laberinto junto al mar de Herbert, me ha alumbrado en estos días
y pasa a ocupar un lugar destacado entre mis libri fulgurales. Una serie que comienzo aquí.
[1] Herbert,
Z. (2013). Sobre los etruscos. En El
laberinto junto al mar. Barcelona: Acantilado. Pp. 203-228.
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