jueves, 18 de noviembre de 2010

"El contrato del dibujante"

Ambientada en los últimos días del verano de 1695, “El contrato del dibujante” comprende un complejo de argumentos superpuestos difícilmente desentrañables en un primer visionado. Tampoco en un quinto o en un sexto parece posible. Manteniendo la relación con esta película de un modo íntimo y personalísimo, nunca he querido leer nada de lo que haya escrito su director o la crítica sobre ella, siempre me he expuesto a ella de un modo ingenuo, esperando que “su” verdad me fuese revelada. Esta vez no fue una excepción a pesar de que, al menos, he conseguido avanzar en conocer el momento en el que pierdo pie, o remonto el vuelo, dejándome llevar por los endiablados diálogos entre Mrs. Talmann y Mr. Nelville, la música y la estética de un jardín que se ve reforzada por lo que en él acontece más que por su valor en sí.

Los lazos que me mantienen sujeta a ella son de varios colores, desde la música de Nyman, a quien descubrí en los 80 de la mano de Ramón Trecet en su inolvidable “Diálogos-3”: la belleza es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo; la temática del jardín como experiencia estética, la simbología de los frutos, las flores y los oficios y ahora, finalmente, la filosofía política que también parece querer entremezclarse.

Los créditos de entrada, con la canción de Henry Purcell (Mary Springfels – So When The Glitt'ring Queen Of Night - Composed Or Made Famous By: Purcell) son fundamentales para comprender el who is who de la historia que se nos va a narrar en tantos planos superpuestos. Para empezar tenemos el asunto de la propiedad y el modo de acceder a ella. El propietario de Anstey, Mr. Herbert, ha llegado a serlo en virtud de su matrimonio con la hija del anterior propietario. Primer juego de palabras imposibles, la hija del matrimonio, Mrs. Talmann, sugiere a su padre que siempre presume del jardín a lo que él responde que esto de debe a que “es” de su propiedad; Mrs. Talmann, que busca la reconciliación de sus padres tras un alejamiento del que no se da razón, le rebate que Mrs. Herbert también es de “su” propiedad y nunca presume de ella. La fecha elegida no es casual, en 1694 había muerto la reina Mary y en ese mismo año se aprobó la ley que permitía a las mujeres heredar propiedades. Cambio de plano, los deslenguados y correctísimos huéspedes hacen comentarios con alto contenido erótico en torno a las manzanas, las ciruelas y las habilidades del jardinero para “injertar limones”.

El dibujante, acosado por Mrs. Herbert y Mrs. Talmann para que realice una serie de dibujos sobre el jardín terminará lanzando un órdago fatal: “Aumento mis honorarios en función del placer que me pueda ofrecer el trabajo” que le permitirá establecer un primer contrato en el que se pacta que a cambio de sus dibujos recibirá no sólo la suma acordada por cada de uno de ellos sino los favores sexuales de Mrs. Herbert. Mrs. Talmann conseguirá un segundo contrato para la realización del dibujo número trece en el que es el dibujante quien debe procurar favores. Se refleja aquí la importancia y valor otorgado en la época al contrato, al pacto, para los intercambios, sean de la naturaleza que sean. Una actitud que refleja la creciente “monetización” de las relaciones sociales, la fundación del Banco de Inglaterra se realiza también en estos años. El contrato es también el modo de legitimar el poder de uno sobre otro de los que lo suscriben.

La actitud ante la naturaleza del dibujante, racionalista, materialista (Michael Nyman – An Eye For Optical Theory), que pretende “ser fiel a la realidad” a través de una cuadrícula que le permite mostrar la denominada “honradez teórica del arte” y su fracaso ante el siglo ilustrado que viene (Michael Nyman – The Garden Is Becoming A Robe Room). Es el jardín y su relación con él, cartesiano, distante, observadora del dibujante mientras que la del paisajista holandés que acompaña a Mrs. Talmann cuando parece que ya se ha iniciado el otoño es transgresora, osada y audaz, se siente con capacidad de transformar el paisaje de acuerdo con sus necesidades.

El dualismo sujeto/ objeto está también presente en la conversación que mantiene el dibujante, Mr. Neville, con Mrs. Talmann en la que esta le espeta algo así como “usted pinta lo que ve pero no lo que está tras lo que ve, para eso debería ser inteligente y saber interpretar lo que en realidad está viendo.”

Finalmente el personaje denominado Greenman, bien podría representar ese genio que habita los bosques ingleses y que en “El sueño de una noche de verano”, Shakespeare llamó Puck, el genio que enreda, que cambia las cosas de sitio, que hace que la realidad se torne irracional y con ello inaprensible. Podríamos además relacionarlo con los juguetes mecánicos, autómatas, que tanto éxito comenzaban a tener en la época y que se incorporaban al jardín como una inagotable fuente de sorpresas para invitados, amantes o cortesanos que fuesen convocados a disfrutar de la casa. El fin último de mansión, jardín, juegos era la capacidad del propietario para epatar y conseguir distinguirse del resto. Se trata de una representación del juego de poder, un juego muy serio que en este caso acaba con la muerte de dos personajes y una espectadora pegada en el sillón diciéndose “Me han vuelto a ganar la partida. No, no sé quién es el asesino”.

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