viernes, 15 de octubre de 2010

de blog en blog_en torno a "Ágora"

Los dos únicos personajes mínimamente desarrollados en “Ágora”, un guión firmado por el tándem aparentemente indisoluble Amenábar-Gil, son la ciudad de Alejandría y la filósofa Hipatia. El magnetismo de la que fue la más inquieta y cosmopolita ciudad de la época, Siglo IV d.C. se percibe sin embargo desnaturalizado por el abuso de las vistas aéreas y cambios de escala al más puro estilo Google Earth. Un recurso que empleado de forma algo más comedida podría haber resultado muy didáctico. De algún modo el cambio de escala de lo general a lo particular, de lo público a lo privado, de lo ético a la fe incondicional es aquello que (me) parecen sugerir esos vertiginosos paseos desde un primer plano a la visión del universo y el modelo, aún implícito e inexplicado, de relación entre sus diversas formas. Una ciudad humanista, ensimismada en sus brillantes edificios símbolo: Biblioteca, Museo, Faro y en sus élites científicas, que se ve arrasada por la más humana de las condiciones: la masa uniformada y aglutinada en torno a un “igualitario” bien común. La masa, la mayoría, tiene que abrirse paso con la única arma que tiene a su alcance, las manos desnudas, la barbarie de quien no tiene nada que perder y todo un cielo que ganar. Para restituir el punto de partida de su propia “civilización” y así erigirse como única opción posible ha de aniquilar cualquier atisbo de duda: “Vuestra fe no os permite dudar de nada, para mi dudar es una obligación” le espeta Hipatia a su ex alumno y ahora poderoso obispo de Tolemaida Sinesio de Cirene en la última frase que los guionista ponen en boca de Hipatia antes de morir amordazada.

Hipatia representa, por otro lado, el modo como la Historia ha tratado a las mujeres brillantes. Aislándolas en una torre de marfil como una curiosidad, un exótico empeño de un padre o un marido. Así durante quince siglos se pensó que Hipatia era la única mujer de ciencia en la historia. Amenábar y Gil con “Ágora” hacen su nada inocente contribución en esta línea por eso su punto de vista está muy lejos de poder ser considerado feminista. Margaret Alic en “El legado de Hipatia” realiza un exhaustivo recorrido por la historia de las mujeres en la ciencia desde la Antigüedad hasta Marie Curie, un empeño en el que fue precedida en el Siglo XVII por Gilles Ménage quien aportó su Historia mulierum philosopharum. Efectivamente las mujeres nunca estuvieron solas. Así lo refleja también Pilar Pedraza en “La perra de Alejandría” editado por Diógenes/ Valdemar en 2003. La astrónoma filósofa en este caso adopta el nombre de Melanta y no tiene por qué estar referido al personaje de Hipatia. Aparecen más filósofas, como Ifianasa cínica de la secta del perro y madre soltera y libre, de Mirra; o Teófila Lágida, presidenta de las cofradías dionisíacas o Berenice, amiga y confidente de Melanta. Parece estar más próxima a la realidad esta visión compleja en la que son fundamentales las relaciones entre mujeres que van más allá del ámbito doméstico.

Un debate abierto en Área de Filosofía Moral de la Universidad de Córdoba.

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