viernes, 15 de agosto de 2008

tardes de agosto

Hace calor y un paisaje poderoso de rocas amarillas, o rosas, o verdosas, según la luz o, mejor, según el día, me mantiene pegada, con la vista en el horizonte, hipnotizada. Hace demasiado calor para hacer una siesta placentera (los niños disfrutan de las habitaciones más frescas de la casa) y desde que descubrí los baños en la piscina en el silencio sagrado de la hora más sagrada, la sombra en una hamaca y este paisaje cuajado de chicharras y palomas torcaces nada ni nadie ha conseguido que pase estas dos horas dentro de la casa. A pesar de que hace un calor infernal y de que esto no significa descansar en absoluto. Los niños despertarán enseguida. También leo, aunque con el rabillo del ojo pegado a la gran roca rosa, o naranja o verdosa que preside, al norte, mi paisaje. La línea de paisaje más cercano está dibujada de naranjos, algarrobos, cipreses, olivos, flores rojas, flores blancas, muros de piedra que sigo con un pincel imaginario, como si así pudiese aprehenderlos y aprendérmelos de memoria. Educar el ojo ante esta belleza puede ser tanto como lo que siempre he envidiado a quienes habitan ciudades como Roma, Venecia, Siena... ciudades plagadas de miles de detalles en equilibrio, en graciosa elegancia, en extraña armonía que se derrumba y sin embargo te anima el alma. Y te educa el ojo. Desde mi ducha, hago una ducha antes de los zumos de naranja, de la sandía y los batidos de chocolate, se extiende un plano aparentemente infinito de una glicinia, que ha comenzado a invadir también la casa por mi ventana. Este plano verde sostiene el pueblo de Sóller en su horizonte, abstraído así de su vista convencional: una ciudad que emerge en un vergel de naranjos y montañas lejanas o cercanas, según la luz o, mejor, según el día. Cuando los niños despiertan y pasa la merienda y nos ponemos el bañador y nos vamos todos al agua de la piscina se monta una algarabía que sepulta todo el silencio anterior. Después sucede que el sol comienza su descenso, casi en vertical, hacia el puerto de Sóller y es cuando tomo conciencia del mar, tan cerca, tras estas montañas certeras y mágicas. Respiro hondo. (No suspiro) Entonces pienso aquello: ¡Un día más! ¿o era un día menos?
De puertas adentro recuerdo también, y muy bien, las caricias, los roces, los besos apretados y dulces. Todo ello ha quedado prendido a mi piel como un alfiler. Sucedía a la mejor hora del día, mi favorita siempre, con el calor imperturbable y la habitación con la luz tan medida. El ventilador. El placer. También en cualquier lugar y en cualquier momento. Esto es cierto, ¿verdad? ¿O quizá lo he soñado?. De pronto aquello, que parecía iba a durar eternamente, se desvaneció. Unas agujetas, un dolor de garganta... qué sé yo. De pronto el amor dejó de tener sentido para dar paso, rápido, a la incongruencia. Sueños extraños, celos: desamor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Rosa: aquí las tardes son tibias y húmedas. El calor acapara la mayor parte del tiempo y las conversaciones. Al lado del aparato de aire acondicionado se pacta una tregua con las horas hasta dejarlas ir, mañana las echaremos de menos, pero con este clima, ¿quién piensa en otra cosa que el otoño? ansío el olor y el color del otoño, y la chaqueta...la voy preparando para empujar al tiempo.
Con el otoño regresará la calma, el bálsamo de las sobremesas sin este sopor que anestesia las ganas,
y quién sabe? tal vez regresen, despues de tantas siestas, los besos que te faltan.
Entre tanto, un abrazo.

mariquilla dijo...

a veces lo más sencillo son los tesoros que guardaremos en el corazón de por vida. Enhorabuena por saber disfrutar de lo verdaderamente importante. Mamá de julio

mariquilla dijo...

perdona rosa, este comentario es para tu "otra tarde".