lunes, 11 de junio de 2007

huellas sentimentales de un jardín destruido

aproximación a una intervención urbana/ mesa serpiente Conocí a Nuha Al Radi a través de la necrológica que le dedicó EL PAÍS en septiembre de 2004. [aún no había nacido Gonzalo] Entonces hacía un año y medio (ya) de la fatal decisión del trío de las Azores y de la vergüenza que supusieron para Europa sus mentiras para realizar un despliegue de fuerza bruta en la región que es la cuna de la civilización. Desde entonces quise leer su libro LOS DIARIOS DE BAGDAD. El título me remite aún a unas imágenes que no quiero olvidar: unos días antes del comienzo de la guerra un telediario mostraba (con cierto tono de sorpresa por parte del cronista) como la vida cotidiana en Bagdad se desarrollaba con aparente normalidad a pesar de la inminencia de un ataque, de la invasión de Estados Unidos. Estas imágenes mostraban el mercado de Bagdad abarrotado de mujeres y niños, de tenderos y puestos preciosamente dispuestos con tomates, pan, semillas, flores… podía olerse el azahar de los naranjos en flor. Inmediatamente después la guerra. El horror. Y nuestras manifestaciones, airadas protestas, insistencia en la calle diciendo BASTA, NO A LAS GUERRAS, NO A LAS INVASIONES PREVENTIVAS, SÍ A DEJAR VIVIR EN PAZ. Entonces dejé, definitivamente, de ver la televisión. En aquellos días, intensos, mi vida fue cambiando paulatinamente. Vivía absolutamente recién enamorada de un sueño (real) y libraba a diario un despliegue de imaginación y creatividad para seducir (vía correo electrónico) y ganarme una correspondencia (no sólo virtual) a mi amor loco y total. Mis conquistas previas fueron desmoronándose, dejando de tener el peso específico que las caracterizaba: empleo fijo y apetecible, hipoteca, pareja estable y seguro a todo riesgo. Sin duda, ese mundo blindado había perdido su razón de ser en algún momento previo a la guerra de Irak. Pero entonces aún no había oído hablar de Nuha Al Radi. Del mismo modo que entonces sellé mi compromiso no escrito de amor con mi pareja [ahora tenemos en común una vida cotidiana plena de desayunos compartidos y un niño y una niña] suscribo ahora mi compromiso con la vida cotidiana de las ciudades, de las almas que se empeñan, día a día, en hacer latir su corazón de lugares rutinarios y memorizados, con la creación con la invención de espacios bellos para la gestación y la vida de días plenamente rutinarios, cotidianos, simples y bellos. ¡Por la vida cotidiana! ¡Por los paseos rutinarios! ¡por los sueños diarios!
Por todo ello pienso en una mesa serpiente para una plaza. Una mesa que de cobijo a las personas que caminan, que pasean y que precisan en algún momento deternerse, sentarse a la sombra… leer el periódico, hablar por teléfono, cambiar el pañal a un bebé, tomar notas, tomar un apunte, comer, beber… o, simplemente, detenerse y mirar pasar la vida por delante… dejar pasar el rato mientras el hilo de la caña se hunde en el río [1].
Ahora leo a Nuha Al Radi y me habla de su jardín huerto (...) Vivo en un huerto con 66 palmeras y 161 naranjos; tres palmeras macho se erigen ante mi ventana recordándome su fuerza, los únicos varones de la casa. Un muro de adobe nos separa del huerto vecino. (...) El silencio continúa. Ayer no hubo ataques aéreos. Parece antinatural.
[1] Virginia WOOLF. Una habitación propia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hoy no he podido dormir y curiosamente estabas aquí,me he despertado con necesidad de saber de ti y te he encontrado, como no, rodeada de belleza y de flores, no podía ser de otra manera.....

Sonia